sábado, 17 de diciembre de 2011

Muere Hitchens, apóstol del ateísmo e intelectual independiente y radical

El autor de 'Dios no existe' fallece a los 62 años de un cáncer de esofágo, tras una vida contra los tópicos de la socialdemocracia

ANTONIO PANIAGUA | MADRID. (Para "La Voz de Cádiz")

 
Se ha apagado a los 62 años una voz radical e insobornable. La muerte se ha llevado al escritor, periodista y filósofo británico Christopher Hitchens, un polemista y abanderado del ateísmo desde que publicó el clásico 'Dios no existe'. Audaz, independiente y soldado feroz contra cualquier forma de dictadura, Hitchens murió el jueves por la noche en el hospital MD Anderson, de Houston (EE UU), a causa de una neumonía que era consecuencia del cáncer de esófago que se le diagnosticó en junio del año pasado.
Hitchens era una rara avis, un intelectual inclasificable que se movía con soltura tanto en el campo del pensamiento político de izquierda como en la filosofía, todo ello adobado con declaraciones controvertidas y su fama de vividor. Hijo de una familia de clase media con posibilidades de prosperar, cursó estudios en Oxford. Coqueteó con la contracultura y militó en el Partido Laborista, del que fue expulsado por su radicalidad, de la que jamás abdicó. En los ambientes libertarios que afloraron en la década de los años setenta y ochenta, se bebió la vida a tragos. Fumó todo lo susceptible de ser fumado y trasegó cualquier líquido que despacharan en cualquier garito, ya fuera sórdido o elegante. Por esos años se hizo amigo de Martin Amis e Ian McEwan, dos exponentes del 'dream team' de la literatura británica, según la expresión acuñada por Jorge Herralde.
Con el paso de los años rompió ataduras con esa izquierda biempensante y pusilánime que miró para otro lado cuando el ayatolá Jomeini dictó una fatua contra el novelisya Salman Rushdie, en 1989. Que la izquierda moderada y socialdemócrata tratara de justificar el atroz edicto de los integristas islámicos soliviantó de tal modo a Hitchens que arremetió duramente contra ella. Frente a la cobardía de algunos progresistas, Hitchens y otros como el hicieron piña en torno a Rushdie y sus 'Versículos satánicos'. McEwan, por ejemplo, ocultó en su casa al autor de esa obra maestra que es 'Hijos de la medianoche'.
La condena a muerte de su amigo le empujó a ir desmontando uno a uno los tópicos y clichés de la socialdemocracia, y lo hizo sin abjurar de sus convicciones de izquierda. Tan pronto fustigaba a la madre Teresa como al matrimonio Clinton, o componía un lúcido elogio del ateísmo. Abominaba de Margaret Thatcher, del capitalismo salvaje, del aborto, de la guerra de Vietnam. Como se ve, un personaje no bien recibido en los salones de la corrección política. La detección del cáncer que sufría se produjo justo cuando estaba inmerso en la promoción de sus memorias, 'Hitch-22', editadas en España por Debate. Se trata de un libro trufado de humor, delicioso y conmovedor. A lo largo de sus páginas revisa la trágica historia de su madre y analiza figuras de la talla de Chomsky, Said, Kingsley Amis o McEwans, además de describir el Oxford revolucionario de los sesenta. Hitchens fijó sus residencia en EE UU en 1981 y colaboró con las publicaciones más prestigiosas: desde 'Vanity Fair' a 'The New York Times Review of Books'.

martes, 13 de diciembre de 2011

Lunes, 12 de diciembre de 2011
La Iglesia, los Bancos y la Casa Real, instituciones intocables en época de crisis

¿NO HAY "RECORTES" PARA LOS 10.000 MILLONES DE EUROS QUE RECIBE LA IGLESIA?

A.R. Suárez - Redacción Canarias Semanal
La Iglesia Católica recibe del Estado español en el orden de los 10.000 millones de euros anuales. Tal obligación por parte del Estado tiene su origen en la estricta vigilancia y las multiples presiones que la iglesia ejerció como poder fáctico, durante las negociaciones que tuvieron lugar en la denominada "transición democrática" entre UCD, PSOE, PCE y Alianza Popular para la elaboración de la Constitución.

        Las percepciones económicas que la Iglesia Católica ha recibido  del Ejecutivo socialdemócrata de Rodríguez Zapatero no tienen precedentes en los últimos 30 años. Ni los diferentes gobiernos de Felipe Gonzalez ni los del propio Partido Popular otorgaron a la Iglesia Católica las cantidades astronómicas con las que ésta ha podido contar  durante las dos últimas legislaturas


       A través  de la declaración de la Renta la Iglesia Católica recibió  alrededor de  250 millones de euros. Bajo el concepto de "fines sociales", las ONG católicas perciben en torno a los 80 millones de euros del Estado. Fueron los acuerdos rubricados entre el Vaticano y el Estado los que determinaron qué financiación de la Iglesia debe realizarse  desde las arcas públicas. Sin embargo, estos mismos acuerdos instaban  a la Iglesia Católica  a obtener su propia autofinanciación, sin que
durante los últimos 30 años ésta haya dado  pasos  en ese sentido.


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     La Constitución española, cuya elaboración fue realizada  bajo la mirada atenta y vigilante de  las jerarquías eclesiásticas, determinaron  el carácter teóricamente aconfesional del Estado. Sin embargo, las prerrogativas jurídicas económicas y políticas de las que disfruta la Iglesia Católica ponen de manifiesto que la realidad es muy otra.   Realmente nos encontremos ante una suerte  de Estado plenamente confesional toscamente disfrazado.

      He aquí el balance  de unas asignaciones  económicas que jamás será sometidas al programa de recortes previsto por Mariano Rajoy:



LA CUENTAS ANUALES  DE LA IGLESIA CATOLICA


- Asignación IRPF: 250 millones de euros


- Ahorro por exencion de  impuestos de Patrimonio  o IBI: 1.000 millones


- Profesores y conciertos en educación: 4.600 millones.
El Estado paga 16.000 profesores de religión de los centros públicos y financia centros privados/concertados


- Atención sanitaria (dispensarios, centros de transeúntes, centros de salud dirigidos por entidades religiosas): 3.200 millones


- Funcionarios (religiosos que ejercen de capellanes en cárceles, cuarteles, Fuerzas Armadas): 25 millones de euros


- Monumentos, conservación del Patrimonio histórico y artistico de la Iglesia: 500 millones de euros.


- Asociaciones de ámbito local, procesiones: 290 millones de euros.


- Jornadas de la juventud: 60 millones de euros.


- Otros fines: 80 millones de euros

lunes, 12 de diciembre de 2011


Un librepensador es una persona que forma sus opiniones sobre la base del análisis imparcial de hechos y que es dueño de sus propias decisiones, independientemente de la imposición dogmática de alguna institución, religión, tradición especifica, tendencia política o de cualquier movimiento activista que busque imponer su punto de vista ideológico o cosmovisión filosófica.

Este término empezó a usarse para definir a los filósofos franceses ilustrados del siglo XVIII y actualmente existen estrechas relaciones entre la palabra librepensamiento y los términos escepticismo y laicismo. Sin embargo, una definición precisa hay que buscarla en el origen histórico del pensamiento revolucionario que dio origen a movimientos como la Reforma, la Ilustración, y a la Revolución francesa. Pero con el surgimiento de nuevas ideas filosóficas también se fueron desarrollando nuevas y diferentes maneras de manejar el concepto de Librepensador. El término librepensamiento a partir de la Ilustración define una actitud filosófica consistente en rechazar todo dogmatismo, bien sea de tipo religioso o de cualquier otra clase, y confiar en la razón para distinguir lo verdadero de lo falso. Por este rechazo del dogma, entre los librepensadores encontramos masones, ateos, agnósticos, deístas racionalista, Libertarismo y muchos protestantes.



martes, 19 de julio de 2011

El «complejo de Dios» de la modernidad

La crisis actual no es solo una crisis de escasez creciente de recursos y de servicios naturales. Es fundamentalmente la crisis de un tipo de civilización que ha colocado al ser humano como «señor y dueño» de la naturaleza (Descartes). Ésta, para él, no tiene espíritu ni propósito y por eso puede hacer lo que quiera con ella.
Según el fundador del paradigma moderno de la tecnociencia, Francis Bacon, el ser humano debe torturarla hasta que nos entregue todos sus secretos. De esta actitud se ha derivado una relación de agresión y de verdadera guerra contra la naturaleza salvaje que debía ser dominada y «civilizada». Surgió así también la proyección arrogante del ser humano como el «Dios» que domina y organiza todo.

Debemos reconocer que el cristianismo ayudó a legitimar y a reforzar esta comprensión. El Génesis dice claramente: «llenad la Tierra y sujetadla y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella» (1,28). Después se afirma que el ser humano fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). El sentido bíblico de esta expresión es que el ser humano es lugarteniente de Dios, y como Éste es el señor del universo, el ser humano es el señor de la Tierra. Él goza de una dignidad que es solo suya: la de estar por encima de los demás seres. De aquí se generó el antropocentrismo, una de las causas de la crisis ecológica. Finalmente, el monoteísmo estricto suprimió el carácter sagrado de todas las cosas y lo concentró sólo en Dios. El mundo, al no poseer nada de sagrado, no necesita ser respetado. Podemos modelarlo a nuestro gusto. La moderna civilización de la tecnociencia ha ocupado todos los espacios con sus aparatos y ha podido penetrar en el corazón de la materia, de la vida y del universo. Todo venía envuelto con el aura del «progreso», una especie de recuperación del paraíso, en otro tiempo perdido, pero ahora reconstruido y ofrecido a todos.

Esta visión gloriosa empezó a derrumbarse en el siglo XX con las dos guerras mundiales y otras coloniales que produjeron doscientos millones de víctimas. Cuando se perpetró el mayor acto terrorista de la historia, las bombas atómicas lanzadas sobre Japón por el ejército estadounidense, que mataron a miles de personas y destruyeron la naturaleza, la humanidad se llevó un susto del cual no se ha repuesto hasta hoy. Con las armas atómicas, biológicas y químicas construidas después, nos hemos dado cuenta de que no necesitamos a Dios para hacer realidad el Apocalipsis.

No somos Dios y querer serlo nos lleva a la locura. La idea del hombre queriendo ser «Dios» se ha transformado en una pesadilla. Pero él se esconde todavía detrás del «tina» (there is no alternative) neoliberal: «no hay alternativa, este mundo es definitivo». Ridículo. Démonos cuenta de que «el saber como poder» (Bacon) cuando se realiza sin conciencia y sin límites puede autodestruirnos. ¿Qué poder tenemos sobre la naturaleza? ¿Quién domina un tsunami? ¿Quién controla el volcán chileno Puyehe? ¿Quién frena la furia de las inundaciones en las ciudades serranas de Río? ¿Quién impide el efecto letal de las partículas atómicas de uranio, de cesio y de otros elementos, liberadas por las catástrofes de Chernobyl y de Fukushima? Como dijo Heidegger en su última entrevista a Der Spiegel: «sólo un Dios podrá salvarnos».

Tenemos que aceptarnos como simples criaturas junto con todas las demás de la comunidad de vida. Tenemos el mismo origen común: el polvo de la Tierra. No somos la corona de la creación, sino un eslabón de la corriente de la vida, con una diferencia, la de ser conscientes y con la misión de «guardar y cuidar el jardín del Edén» (Gn 2,15), es decir, de mantener las condiciones de sostenibilidad de todos los ecosistemas que componen la Tierra.

Si partimos de la Biblia para legitimar la dominación de la Tierra, tenemos que volver a ella para aprender a respetarla y a cuidarla. La Tierra generó a todos. Dios ordenó: «Que la Tierra produzca seres vivos, según su especie» (Gn 1,24). Ella, por lo tanto, no es inerte; es generadora, es madre. La alianza de Dios no es solo con los seres humanos. Después del tsunami del diluvio, Dios rehizo la alianza «con nuestra descendencia y con todos los seres vivos» (Gn 9,10). Sin ellos, somos una familia menguada.

La historia muestra que la arrogancia de «ser Dios», sin nunca poder serlo, sólo nos trae desgracias. Bástenos ser simples criaturas con la misión de cuidar y respetar a la Madre Tierra.
                                                                                                                                          Leonardo Boff